
Depresión: Es una enfermedad que se caracteriza por una tristeza persistente y profunda que se manifiesta en la pérdida de interés en actividades que normalmente son disfrutables. Generalmente viene acompañada de sentimientos de inutilidad y culpa, fijación en fracasos del pasado o autorreproches. Dificultad para pensar, concentrarse, tomar decisiones y recordar cosas. En ocasiones, pensamientos frecuentes o recurrentes sobre la muerte.
Si se da cuenta o sospecha que usted o alguien cercano tiene alguno(s) de estos síntomas, es importante que acuda de inmediato con un profesional de la salud mental. Sin embargo como es una condición en el alma y la mente, Dios puede y desea sanarnos y liberarnos de toda angustia, tristeza o aflicción.
Él sana a los de corazón quebrantado y les venda las heridas. —Salmos 147:3
Hoy trataremos con una de las fuentes amargas de la depresión:
Remordimiento: Remordimiento es la deuda impuesta por mi mismo u otra(s) personas que me produce un pesar interno por mi mal comportamiento en el pasado. Incluso, en ocasiones hasta llegamos a creer que es una deuda impuesta por Dios. Esa deuda toma fuerza por el pasado que nos perturba en el presente, incapacitándonos para disfrutar nuestra vida en Cristo.
Permitimos que otros, sobre todo los ofendidos, nos maltraten.
Nos convencemos a nosotros mismos que es justo aceptar el maltrato. Cuando aceptamos la deuda, caemos en depresión por que nos damos cuenta que no importa lo que hagamos, siempre vamos a deber y la vida no nos alcanzará para pagar esa deuda.
Debemos identificar que el principal promotor de la condenación es el diablo.
Entonces el ángel me mostró a Josué, el sumo sacerdote, que estaba de pie ante el ángel del SEÑOR. El Acusador, Satanás, estaba allí a la derecha del ángel y presentaba acusaciones contra Jesúa. Entonces el SEÑOR le dijo a Satanás: «Yo, el SEÑOR, rechazo tus acusaciones, Satanás. Así es, el SEÑOR que eligió a
Jerusalén te reprende… —Zacarías 3:1-2
Luego oí una fuerte voz que resonaba por todo el cielo «Por fin han llegado la salvación y el poder, el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo.
Pues el acusador de nuestros hermanos - el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche ha sido lanzado a la tierra. Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y por el testimonio que dieron.
Y no amaron tanto la vida como para tenerle miedo a la muerte. Esta deuda se fortalece aún mas por el orgullo herido del perfeccionista que no admite errores, y si los admite entonces quiere pagarlos sin considerar el costo.
• Quieren pagar a través de una generosidad sin límites.
• Quieren pagar a través de una estricta conducta religiosa.
• Quieren pagar a través de una actitud de falsa humildad aceptando la humillación.
Piensan que tienen que pagar por que:
• No he sido el mejor padre, el mejor esposo, el mejor hijo, etc.
• Tengo que pagarle a Dios para que no me juzgue ni me vaya mal. Antes de tratar con la forma de vencer el remordimiento, debemos diferenciarlo de la convicción que El Espíritu Santo trae a nuestro corazón para guiarnos al arrepentimiento.
2 Corintios 7:9-10 Ahora me alegro de haberla enviado (1 Corintios), no porque los haya lastimado, sino porque el dolor hizo que se arrepintieran y cambiaran su conducta. Fue la clase de tristeza que Dios quiere que su pueblo tenga, de modo que no les hicimos daño de ninguna manera. Pues la clase de tristeza que Dios desea que suframos nos aleja del pecado y trae como resultado salvación.
No hay que lamentarse por esa clase de tristeza; pero la tristeza del mundo, al cual le falta arrepentimiento, resulta en muerte espiritual.
La tristeza del mundo produce muerte por que en ella no hay esperanza.
La tristeza de Dios produce arrepentimiento por que lleva la promesa del perdón.
La tristeza del mundo te aparta de Dios.
La tristeza de Dios te acerca a Él.
Es normal que nos sintamos mal y tengamos hasta cierto punto remordimientos y tristeza por los errores pasado, eso únicamente nos indica que tenemos consciencia y nos ayuda, limitadamente, a evitar de nuevo el mismo error. Pero NO es correcto que un creyente se aparte de Dios y viva con el sentir de deuda, perdiendo el gozo de su salvación.
¿Cómo tratamos con el remordimiento?
Consideremos 3 principios que la Biblia nos enseña.
1.- No vamos a aceptar una deuda que no podamos pagar. No puedo regresar al pasado para deshacer lo malo que hice. Aceptó la responsabilidad por las consecuencias y me centro en cosas que puedo restituir.
No quiero decir que ya haya logrado estas cosas ni que ya haya alcanzado la perfección; pero sigo adelante a fin de hacer mía esa perfección para la cual Cristo Jesús primeramente me hizo suyo. No, amados hermanos, no lo he logrado, pero me concentro sólo en esto: olvido el pasado y fijo la mirada en lo que tengo por delante, y así avanzo hasta llegar al final de la carrera para recibir el premio
celestial al cual Dios nos llama por medio de Cristo Jesús. —Filipenses 3:12-13
Alentar el pasado significa simplemente fracasar en el presente.
• Fue lo que convirtió en estatua de sal a la esposa de Lot • Fue lo que provocó que muchos de los que salieron de Egipto no llegarán a la
tierra prometida: siempre estaban recordando Egipto.
• Es lo que aísla a los miembros de una familia.
Procura la restitución cuando sea posible.
No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los
hombres. —Romanos 12:17-18 (RV60)
2.- Renovemos nuestra manera de pensar No es posible vencer pensamientos de remordimiento si no llenamos nuestros pensamientos con la palabra de Dios.
Que el creyente en Jesús, tiene su Espíritu que le da la gracia para vivirlo
El creyente tiene una Esperanza viva por la resurrección de los muertos.
i. El creyente tiene las promesas de Dios a su favor
1 Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu 11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. 12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; 13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espiritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. 14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de
Dios. 15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos:¡ Abba, Padre! —Romanos 8:1, 11-15
¡Siempre es un horror hipotecar el presente por el pasado!
¡Dejemos que los muertos entierren a sus muertos!
¿Qué hizo el rey David después de que murió el primer hijo que tuvo con Betsabé?
19 Mas David, viendo a sus siervos hablar entre sí, entendió que el niño había muerto; por lo que dijo David a sus siervos:¿ Ha muerto el niño? Y ellos respondieron: Ha muerto. 20 Entonces David se levantó de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambió sus ropas, y entró a la casa de Jehová, y adoró. Después vino a su casa, y pidió, y le pusieron pan, y comió. 21 Y le dijeron sus siervos:¿ Qué es esto que has hecho? Por el niño, viviendo aún, ayunabas y llorabas; y muerto él, te levantaste y comiste pan. 22 Y él respondió: Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo: ¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño?
23 Mas ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle
volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí. —2 Samuel 12:19-23
Es un insulto a la obra redentora de Cristo seguir viviendo y re-viviendo el
pasado, condenándonos por lo que hicimos mal.
3.- Práctica la presencia de Dios Gran parte del problema es que tenemos los ojos puestos en nosotros mismos. Si tomáramos más tiempo para contemplarlo a El, para conocerlo mejor a través de Su Palabra y nos rindiéramos al gobierno del Espíritu Santo, viviríamos libres.
Por lo tanto, ya que fuimos declarados justos a los ojos de Dios por medio de la fe, tenemos paz con Dios gracias a lo que Jesucristo nuestro Señor hizo por nosotros. —Romanos 5:1